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El Delta del Orinoco. Eliseo Rodríguez

El Delta del Orinoco

Eliseo Rodríguez Dellan (1990)

 

Mientras el territorio nacional se ha venido encogiendo en sus flancos occidentales y austral, en su extremo oriental as cosas han sucedido en forma diferente, debido al avance de las islas deltaicas sobre las aguas del océano Atlántico. Calculado en lago más de 900 kms2, desde el último tercio del siglo pasado hasta el presente.

 

Superficie casi igual a la de la Isla de Margarita, hecho que se lo debemos a la acción lenta, constante y casi desconocida del Río Orinoco, que se ha encargado de transportar inmensos volúmenes de tierras desprendidas de regiones colombianas y de la mayor parte de Venezuela.

 

Esta acción expansiva del actual territorio nacional hacia el oriente se inicia en la era cuaternaria, cuando fuerzas tectónicas  expulsan la Orinoco de su antigua desembocadura, localizada en el área de las mesas orientales. A partir de entonces el Orinoco circula entre el Escudo Guayanés y las recientes tierras emergidas de los llanos orientales, dedicándose a rellenar con sus sedimentos parte de un antiguo golfo, que se extendía desde a península de Paria hasta las tierras guayanesas, con la ayuda de la corriente marina transportado en las aguas profundas del océano Atlántico.

 

En esa forma, el Orinoco se ha venido comportando como una maquina expulsadota de detritos rocosos, cuyos volúmenes se fueron reduciendo a través de los milenios. Durante los violentos cambios climáticos que afectan al país (períodos de gran actividad erosiva), los volúmenes de sedimentación debieron ser mucho mayores al de los momentos actuales de estabilidad climática. Se calcula que en el presente expulsa unos 306.000.000 m3 de sedimentos anuales, volumen equivalente al de un cúmulo de tierra de 1.000 metros de largo, 1.000 metros de ancho y más de 300 metros de altura.

 

Podría afirmarse que el Orinoco y sus caños dominan la dinámica ecológica deltaica, a consecuencia de las crecidas y bajadas de sus aguas. A partir de los meses de mayo/junio, el caudal de los caños inicia un incremento que alcanza su máxima altura entre julio/agosto; es entonces cuando las aguas cubren más del 95 por ciento del territorio, convirtiéndose en un medio subacuatico que dura alrededor de 2 a 3 meses. Entre septiembre y octubre, las aguas descienden y los causes de los caños alcanzan su mínimo caudal hacia finales de abril y principio de mayo del siguiente año.

 

El vértice del inmenso abanico aluvial que se formó en las aguas someras del antiguo golfo de Paria, lo constituye la estrecha garganta que existe entre Punta Cabrián, situada en el extremo nororiente del Estado Bolívar, y Punta de Piedra, en el sur del Estado Monagas, estrecho que dista unos diez kilómetros aproximadamente aguas arriba de Barrancas, puerto principal de Monagas a orillas del Orinoco. A partir de ese ápice, de unos pocos centenares de metros de anchura, las aguas del Orinoco se expanden en superficie hacia el norte y hacia el sur, hasta donde lo permiten las tierras de los llanos de Monagas y las del Macizo Guayanés. Dicho delta alcanza, en definitiva, una longitud que oscila entre los 200 y 250 kilómetros, desde su origen hasta las aguas del océano Atlántico, donde termina, formando un arco de caños y de islas pantanosas, de poco más o menos unos 300 kilómetros de largo, desde Punta Barima hasta la desembocadura del caño Mánamo.

 

El Laberinto Fluvial de los Caños y el Archipiélago del Taico

 

El Delta del Orinoco es quizás la porción del terreno nacional que más destaca en sus diferenciaciones físicas con respecto a las otras regiones del país. Su figura se nos presenta como un extenso abanico, en donde a primera vista destaca una aglomeración de islas de diferentes formas y tamaños, separada entre sí por canales de aguas profundas y someras, que vernáculamente reciben el nombre de “caños”. Estos en su recorrido hacia el mar divagan en una y otra dirección y muchos se entrecruzan, creando en esa forma una intrincada red fluvial de difícil navegación. Especie de laberinto en donde no es difícil perder el sentido de la orientación. En el inicio del delta, las aguas del Orinoco comienzan a discurrir por cuatro grandes canales: el de Barrancas, entre los llanos de Monagas y la estrecha isla arenosa de Varadero; el de Chivera, entre las islas Varadero y Mata-Mata y Tapioca, entre las islas Mata-Mata y Tórtola y tierras del Escudo Guayanés. Los canales mencionados pronto unen sus aguas para formar tres grandes ríos principales: el río Grande, el Mánamo y el Macareo. A partir de ellos, los cursos de agua se multiplican en tal forma que sería difícil y prolijo identificar. Con excepción de los nombrados, los caños son demasiado cortos, estrechos y poco profundos, navegables solamente por pequeñas embarcaciones (lanchas y curiaras). El río Grande, arteria principal de todo el delta, posee una longitud de unos 260 kilómetros y conduce el mayor volumen de agua del Orinoco. Le sigue en importancia el Mánamo y el Macareo con 200 y 185 kilómetros de largo, respectivamente.

 

Las islas deltanas son otras de las particularidades que encontramos en este medio; ellas están formadas exclusivamente por partículas sedimentarias muy finas, tales como arenas, limos y arcillas; de allí que es imposible encontrar en el delta rocas mayores que el de los granos de arena. Las elevaciones de las islas sobre las aguas, apenas llegan a los siete metros; esta máxima altura es posible hallarla en las islas próximas al ápice deltaico, pero en la medida que nos acercamos hacia el mar, las alturas van disminuyendo hasta llegar a cero. Por consiguiente, el paisaje topográfico se nos presenta como una planicie aluvial. En las islas más elevadas pueden apreciarse desniveles menores a los seis metros entre las formas topográficas el nivel denominadas “bancos” y “cubetas”, las parte más altas y más bajas de las islas, respectivamente. Los “bancos”, elevaciones estrechas en los bordes de las islas, son el asiento de las poblaciones y de la mayor parte de los cultivos; las “cubetas”, por el contrario, representan depresiones centrales, gran parte de las cuales están cubiertas por las aguas. Las islas que ofrecen estos desniveles se asemejan por lo tanto a la forma de un plato, con bordes elevados y centro deprimido.

 

Debido a la dinámica fluvio-marina, unas islas deltaicas disminuyen y aumentan, y otras aparecen y desaparecen constantemente, de acuerdo al ciclo anual de las bajadas y crecidas de las aguas del Orinoco, y al ritmo diario del flujo de las mareas. Dentro de esta aglomeración de islas, destacan por su tamaño e importancia económica las de Tucupita Guara, Macareo, Tortola, Mánamo, Cuevina y Socoroco. Todas ellas localizadas en el llamado Delta Superior, parte más cercana al vértice, con superficie que oscilan entre 200 y 700 km2. La elevada temperatura que reina todo el año  y la excesiva humedad de suelos y atmósfera que tiende a dominar en el medio, propician una vida vegetal exuberante; proliferan selvas con asociaciones de palmeras, entre ellas los morichales; y bosques de manglares y rabanales, los primeros en las áreas de influencia marina, y los segundos en las áreas pantanosas del interior de la isla.

 

El Warao y la Cultura del Moriche

 

El grupo indígena Warao o Guaraúno aparenta ser el único y más antiguo poblador de las islas deltaicas; de ellos dice Acosta Saignes, que son representantes de las culturas recolectoras, cazadoras y pescadoras que deambulan por toda la llanura venezolana, desde el delta hasta los Estados Portuguesa y Lara. Es este grupo indígena el que más tarde, por motivos no bien definidos, se refugia en los laberintos caños deltaicos, como si en ellos pretendía defender su identidad de agresores externos.

 

Este nuevo ambiente acuático, y sobre todo la dualidad estacional definida por la crecida y bajada de las aguas del Orinoco, distinguidas en el lenguaje warao como Hoida (estación seca), respectivamente, le imprime a sus rasgos culturales nuevos patrones de comportamientos adquiere habilidad y destreza en los menesteres de la navegación a curiara por los estrechos “hanas” (caños menores) deltaicos; cualidad que nos lleva a autocalificarse Warao, que en su lengua significa “Hombre de Curiaca” o navegante; para diferenciarse de los demás hombres que habitan las tierras altas o tierras firmes, a los que denomina Hotarao. En lo económico, el medio deltaico le imprime al warao un ciclo de subsistencia que gira en torno a la pesca riberina en los caños, época de las aguas altas; y la actividad recolectora en las selvas pantanosas del interior de las islas, época de las aguas bajas.

 

En la selva pantanosa, en donde reside la mitad del año, se especializa en la explotación del árbol prodigioso, la palmera moriche, de la cual extrae comida, bebida y material para la vivienda. Además del moriche, explota otras especies de palmeras; tales son: la maraca, cuyos cogollos tiernos, “el palmito”, es un excelente comestible y la palmera temiche de la cual extrae sus hojas para cubrir su vivienda; ya la construida en el centro de la selva; ya la construida al borde de los caños; esta última de tipo palafítico. Alrededor de los morichales obtiene otros recursos complementarios de subsistencia elemental: piezas de cacería y pesca, y árbol para la construcción de sus cariaras y viviendas. De la fruta del moriche, rica en aceites, obtiene una masa amarillenta con la cual prepara una especie de pan denominado Yuruma, comida tradicional del warao, que junto al pescado que abunda en los caños, constituye su dieta básica. En consecuencia, dentro de la economía de subsistencia elemental del warao, los morichales representan sus unidades básicas de abastecimiento. En donde la versatilidad del moriche alcanza entre ellos rasgos mágico-religiosos, de tal manera que los morichales son especie de Meca ritual de dicha cultura.

 

Durante los años del descubrimiento y de la conquista, del Delta del Orinoco se precia de haber sitio una de las tierras venezolanas que mayor atracción ejerció sobre los conquistadores y aventureros; para muchos de ellos, es puerta hacia el fabuloso dorado que supuestamente se encontraba en el interior del país. Las excursiones de conquistadores y aventureros por los caños deltaicos, representan para el warao sus primeras relaciones con la cultura europea, con la cual esporádicamente intercambia productos de caza, pesca, recolección y cestería a cambio de herramientas de metal, alcohol, y baratijas; relaciones comerciales que efectúan ya directamente en las propias tierras deltaicas o en circunstancias viajes a la cercana isla de Trinidad; otras veces a través de arahuacos y caribes aculturizados, que sirven de intermediario a franceses, ingleses y holandeses; algunos de estos con establecimientos en las áreas de Barima y Moroco, extremo sur del triángulo deltaico.

 

En el período colonial, mediante el tratado de la Concordia (1734), efectuando entre jesuitas, franciscanos y capuchinos, les corresponde a estos últimos la labor de catequizar a los waraos, los cuales aún permanecen “infieles” en su mayoría. Dicha misión se limita a sacar indios waraos de las selvas pantanosas para reducirlos en las misiones que funcionan en las tierras que colindan con la Guayana, cercanas al vértice deltaico.

 

Casi simultáneamente, los gobernadores de la provincia de Guayana, de la cual forma parte del territorio deltaico, realizan planes de doblamiento con el fin de contrarrestar los avances colonizadores de ingleses y franceses que amenazan por el sur; intentos colonizantes que fracasan en su totalidad; y, por lo consiguiente, las tierras deltaicas se mantienen desprovistas de doblamiento banco, y el warao mantiene su identidad cultural.

 

La Agricultura en las Tierras Deltaicas

 

El poblamiento de las tierras deltaicas por grupos no waraos (blanco criollos) es de feche reciente; se inicia con éxitos hacia finales del siglo pasado, cuando se asientan en ellas, en forma consolidada, movimientos pioneros de agricultores y comerciantes, procedentes en su mayoría de la Isla de Margarita y los Estados Sucre y Monagas, quienes ocupan las islas Tucupita, Macareo, Guara, Tortola, Cocuina y Mánamo. En ellas se dedican especialmente al cultivo del cacao, que para entonces contribuye un rubro de gran demanda internacional.

 

Acompañan a las plantaciones de cacao, cultivos de plátanos, maíz y tubérculos, cuya producción se exporta en su mayor parte hacia las islas Trinidad, Margarita y Ciudad Bolívar. Las plantaciones de cacao que alcanzan su auge en las primeras décadas del presente siglo, dominan la vida económica deltana, pese a las actividades de explotación petrolera que se efectúan en las islas Tucupita y Pedernales, esta última situada en la desembocadura del Mánamo.

 

A los establecimientos agrícolas y comerciales sigue la implantación de las misiones capuchinas, quienes deciden ahora instalarse en el propio hábitat de los waraos. Es así como entre la segunda y cuarta década de este siglo se afianzan las misiones de Araguaimujo y San Francisco de los Guayos. Ambos acontecimientos, la presencia del criollo u misioneros, determinan cambios en el modo de producción y en los patrones de vida del warao, conocimiento que adquiere ya como peón en las unidades agrícolas de los criollos, ya mediante el adiestramiento que recibe en las misiones. Para ellos representa el paso de una economía eminentemente recolectora hacia una de carácter agrícola. El conuco, nueva unidad de producción, es para muchos de ellos el sustituto de  los morichales, en donde el ocumo “chino” y otros tubérculos y raíces reemplazan en la dieta …………“Yuruma” del moriche.

 

La productividad de tales sistemas agrícolas (la especializada hacienda cacaotera y el versátil conuco); así como la funcionalidad de los mismos parecen estar sujetas a la dinámica fluvial que anualmente suministra los nutrientes y el agua necesaria para mantener la bonanza del suelo; y a la no menos importante práctica de métodos autóctonos de producción ajustados al ecosistema. En la armónica conjunción de esas dos variables, se sustenta al parecer la fertilidad de las tierras deltaicas, y si bien la productividad deja mucho que desear con relación a sistemas agrícolas de alta tecnología, los métodos aplicados no interfieren las relaciones básicas del ecosistema, que puedan conducir a su deterioro.

 

A raíz de la caída del precio del cacao en el mercado internacional, complementado con la enfermedad “escobabruja” que infectó  a la mayoría de los árboles, las haciendas cacaoteras son abandonadas y el Delta sufre una grave crisis en su economía, hecho que se acentúa en la década del cuarenta.

 

 

Los Planes de Desarrollo y Cierre

 

A pesar que la producción cacaotera le había proporcionado a las tierras deltanas un escalafón significativo en la economía agrícola nacional, ellas, como otras tantas regiones del país, permanecieron olvidadas en la Venezuela del petróleo.

 

Este abandono se acentúa con la declinación de la producción cacaotera. A consecuencia de este último acontecimiento, muchos de sus habitantes emigran hacia los vecinos pueblos petroleros de Anzoátegui y Monagas. Y poblaciones deltanas tales como Macareíto, Coporito y Boca de Macareo, que vivían de las exportaciones del cacao, se ven diezmadas en sus actividades y en su población.

 

Por más de veinte años, el delta se mantiene en ese estado de marginalidad, cuya base económica se sustenta ahora en el cultivo comercial del arroz y algo de explotación forestal. Constituye a este aislamiento la falta de buenas vías de comunicación que incorporen a las islas deltaicas con el resto del territorio nacional. Ir a Tucupita, su capital, y demás poblaciones, tienen algo de aventura; ello significa transitar por caminos de tierra durante varias horas hasta los puertos de Barrancas, Uracoa o Puerto Amador, en el Estado Monagas, para abordar pequeñas embarcaciones, lanchas o curiaras que después  de horas de navegación por el brazo de Macareo y el caño Mánamo llegan a su destino, no sin antes haber producido en el viejo novato sensaciones angustiosas de naufragio.

 

A partir de la sexta década el presente siglo, a consecuencia de los ordenamientos territoriales contemplados en los IV y V Planes de la Nación, el delta, junto con la mayor parte del Estado Bolívar, integra la octava región económica del país. Desde entonces el desarrollo deltano es manejado en gran medida de acuerdo a los intereses del complejo minero-industrial de Ciudad Piar, El Pao y la pujante Ciudad Guayana (Puerto Ordaz y San Félix), centros dinámicos de toda la mencionada región. Se considera que el delta, por su cercanía a las aglomeraciones humanas mencionadas y por su deslumbrante exuberancia, debe convertirse en el granero de oriente y en especial de Ciudad Guayana, que desde hace años viene presentando serios problemas de abastecimiento de productos agropecuarios.

 

Se parte del supuesto que para lograr dicho objetivo es necesario, como cuestión prioritaria, el dominio de las inundaciones del Orinoco, factor esencial del escaso desarrollo agrícola deltano. Para los efectos de dicho desarrollo, se construye un dique a través del caño Mánamo, a la altura del caserío de Volcán, unos 20 kms agua arriba de la población de Tucupita. Complementan a dicha obra, una red de diques marginales a lo largo de las islas Macareo y Tucupita.

 

El conjunto de esas construcciones cumple la finalidad de controlar e impedir el flujo de agua hacia la isla de Guara, en su totalidad, y parcialmente hacia las islas de Macareo, Tucupita, Mánamo y Cocuina. En consecuencia, unas áreas deltaicas, las encerradas en los muros de contención de las aguas, están exentas de las inundaciones, pero las situadas fuera de tales muros son expuestas a un mayor incremento de inundaciones.

 

La respuesta del sistema deltaico a estas violentas y drásticas intervenciones, causan impactos en todos los órdenes de la complejidad ambiental. Destacan entre ellos, el desarrollo de suelos ácido-sulfáticos, en las tierras excesivamente drenadas, en donde es imposible la presencia de vida vegetal alguna. La eutroficación de algunos caños, ocasionada por la disminución excesiva de la corriente fluvial. La aparición y desaparición de especies vegetales y animales, en función de los desbalances hídricos producidos. El balance de la cuña salina desde el mar por los caños Mánamo y Pedernales. El desplazamiento de pueblos waraos, afectados en diversas formas por las obras hidráulicas y las actividades de colonización; y la sustentación de sistemas de comunicación fluvial por la terrestre, entre los principales centros poblados deltanos y el resto del país.

 

Por otra parte, la comprobación de que la mayor parte de las tierras deltaicas son de baja calidad, de difícil manejo y con alto potencial de trasformarse en suelos ácido-sulfáticos, son hechos que han limitado los ambicioso, lo cual parece ser viable y tener éxito solamente en la isla de Guara, en donde se encuentran los mejores suelos, y a expensas de la aplicación de una alta tecnología, con elevados consumos de fertilizantes químicos. El resto de las tierras deltaicas, pobladas por medio centenar de miles de habitantes aproximadamente, entre ellos unos 10.000 indígenas warao, parece que debe esperar mejores oportunidades para elevar su calidad de vida.

 


 
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